La evidencia de que los sacerdotes, fariseos, saduceos y escribas (los llamados doctos de la ley) desconocían por completo el plan de Dios, fue esta; asegurar la simple piedra de un sepulcro para detener el poder de Dios.
La soberbia no les permitió conocer, a Jesús.
La envidia no les dejó oportunidad para impregnarse del conocimiento divino del hijo de Dios.
La ambición y la avaricia los cegó al punto de no entender que el reino de Jesús viene cargado de tesoros espirituales, no materiales.
La escritura que enseñaban era erronea, la fe que propagaban era falsa, la doctrina llena de cargas que imponían al pueblo era abusiva.
Eran ciegos guiando a otros ciegos.
Solo Nicodemo, José de Arimatea, Gamaliel y otros pocos entre todas esas autoridades y sumos sacerdotes de la mentira, pudieron saber a corazón abierto que Jesús era el Mesías prometido.
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