Los poderosos de la tierra están
representados por este personaje, una versión actualizada del faraón de Egipto,
que quiso acabar con los primogénitos de los israelitas, cuando el pueblo era
esclavo; Moisés antes, y ahora Jesús, se libraron de la muerte.
Los poderosos no quieren que el pueblo
alcance la libertad y acaban con la vida de los que pueden concientizarlos.
Herodes era famoso por su
crueldad: mandó matar a su yerno;
asesinó a sus hijos, Aristóbulo y Alejandro; estranguló a su mujer,
Marianme.
Cinco días antes de morir, mandó que asesinaran a su hijo mayor,
Antípatro, y dio orden de hacer perecer, el día de su muerte, a todos los
“notables” de Jericó, para que hubieran lágrimas en sus funerales, porque era consciente de que el pueblo judío no lo
estimaba demasiado, para llorarlo el día de su muerte.
Lo que el Evangelio cuenta de él,
cuadra con sus ansias de poder y con su crueldad sin límites: ¿cuántos niños
menores de dos años, murieron en el genocidio decretado, por querer matar a
Jesús?, no lo sabemos; la orden dada a
los magos fue burlada y el niño se libró de la muerte, huyendo a Egipto, con su
madre y su padre adoptivo.
“Herodes convocó a todos los sumos sacerdotes y letrados del pueblo y
les pidió información sobre dónde tenía qué haber nacido el Mesías”; ellos le
contestaron que “en Belén de Judá, porque así lo había predicho el
profeta”.
Lo demás ya lo sabemos: “José y
María huyeron con el niño a Egipto”.
En este país había comenzado la historia
del pueblo de Israel, y Jesús estaba allí para reiniciar esta historia; de
allí, como al principio, saldría para conducir al nuevo pueblo a la tierra
prometida.
Pero sólo los pobres y marginados siguieron la convocatoria.
El
poder político y religioso quiso, en
todo momento, acabar con Jesús, pues les
resultaba incómodo y subversivo; al final de su vida lo consiguieron colgándolo
de un madero.
Veinte siglos después seguimos
celebrando su nacimiento los que creemos que aún vive y siembra de ilusión y
esperanza el corazón de los pobres y marginados de la tierra.
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Cristo te ama y me ama. Quiere que estemos en comunicación.