Esta frase presenta un contraste teológico y político muy profundo que ha sido central en el cristianismo desde sus orígenes.
El contraste que plantea la frase juega con una inversión paradójica: mientras los emperadores romanos (como César) eran humanos que exigían ser adorados como dioses ya que el culto imperial era obligatorio en Roma, Jesús representa lo opuesto según la fe cristiana: Dios que voluntariamente se hace humano.
Si analizamos el contexto histórico nos daremos cuenta de que la tensión está presente en el famoso pasaje "Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios" pronunciada por el mismo Jesus en Marcos 12:17.
Los primeros cristianos enfrentaron persecución precisamente por negarse a participar en el culto imperial, insistiendo en que solo Dios merece adoración.
El significado teológico es sencillo:
- César: Representa el poder temporal, la autoridad política que se autodiviniza
- Jesús: Encarna la humildad divina - el concepto de "kenosis" (vaciamiento), donde Dios renuncia a sus privilegios para encarnarse.
Se manifiesta instantaneamente una inversión de valores que hace poderosa esta frase e invierte completamente la lógica del poder mundano.
Mientras César usa la fuerza para exigir adoración, Jesús usa el amor y el servicio.
Es en suma, una crítica implícita a toda forma de poder que se diviniza a sí mismo.
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