Autor, historiador Vetilio Alfau Durán (1909-1985), libro “En torno a La Trinitaria”, Santo Domingo, publicaciones de la Comisión Permanente de Efemérides Patrias, 1999.
"En nombre de la santísima, augustísima e indivisible Trinidad de Dios Omnipotente: Juro y prometo por mi honor y mi conciencia, en manos de nuestro presidente Juan Pablo Duarte, cooperar con mi persona, vida y bienes a la separación definitiva del gobierno haitiano, y a implantar una Republica libre e independiente de toda dominación extranjera que se denominará República Dominicana, la cual tendrá su pabellón tricolor en cuartos, encarnados y azules, atravesados con una cruz blanca. Mientras tanto seremos reconocidos los Trinitarios con las palabras sacramentales: Dios, Patria y Libertad. Así lo prometo ante Dios y el Mundo, si tal hago, Dios me proteja: Y de no, me lo tome en cuenta, y mis consocios me castiguen el perjurio y la traición, si los vendo”.
Cuando Juan Pablo Duarte se dispuso, después de un lustro de activa y fecunda labor revolucionaría, de edificación moral y cívica, a fundar una sociedad secreta para hacer viable su ideal, se expresó de esta suerte: “Todo lo tengo meditado.
Esta sociedad se llamará la Trinitaria, porque se compondrá de nueve miembros fundadores, que formarán bajo juramento una base triple de tres miembros cada una.
Estos nueve individuos tendrán un nombre en particular cada uno, del que solo usará en casos especiales, el cual nadie conocerá excepto los nueve fundadores.
Habrá toques de comunicación que significaran confianza, sospecha, afirmación, negación; de modo que al llamar un trinitario a otro que está en su cama, ya éste sabrá por el número y manera de los toques si debe o no responder, si corre o no peligro, y por medio de un alfabeto criptológico se ocultará todo lo que conviene guardar secreto.
La existencia de esta sociedad será igualmente secreto inviolable para todo el que no sea trinitario, aunque sea adepto.
El trinitario estará obligado a hacer propaganda constantemente y ganar prosélitos; así es que estos, sin asistir a juntas, que son siempre imprudentes, sin conocer de la conjuración más que aquel que a ella lo induce, no podrá en caso de delación comprometer más que a uno de los nueve, quedando los otros ocho para continuar trabajando”.
“En otra ocasión Duarte dijo, sacando varios papeles del bolsillo: estas son nueve copias del alfabeto, una para cada trinitario, y el nombre que a cada uno le he atribuido para procurar hacer más difícil un compromiso personal aun cuando llegaran a descubrirse éstos y a descifrarse la clave.
No es prudente escribir plan: por ahora basta el Juramento”.
Reunidos, previo aviso que se hicieron mutuamente los nueve que debían constituir la Trinitaria, en la casa de Juan Isidro Perez, frente a la iglesia de Nuestra Señora del Carmen, el 16 de julio de 1838, después de explayar su Plan, Juan Pablo Duarte continuó: “Pues bien, hagamos ante Dios este Juramento irrevocable.
Y desdoblando el pliego que lo contenía, del cual a cada uno dio su copia criptográfica, lo leyó con voz llena, clara y despacio y al terminar lo signó, y todos lo leyeron del mismo modo y lo signaron”.
“Las nueve cruces correspondían, según el orden, a los nombres siguientes: Juan Pablo Duarte, Juan Isidro Perez, Juan Nepomuceno Ravelo, Félix Ruiz, Benito González, Jacinto de la Concha, Pedro Pina, Felipe Alfau, Jose María Serra”.
“Cuando Signó el último, con el pliego abierto en la izquierda y señalando las cruces con la diestra, dijo Duarte: No es la cruz el signo del padecimiento; es el símbolo de la redención: queda bajo su égida, constituida la Trinitaria, y cada uno de los nueve socios obligados a reconstruirla, mientras exista uno, hasta cumplir el voto que hacemos de redimir la Patria del poder de los haitianos”.
No se conserva, que sepamos, ninguna de las nueve copias que hizo Duarte del Juramento que distribuyó el 16 de julio de 1838 en el momento de la instalación de la asociación patriótica genitora de la república.
Serra enterró el suyo en 1843 junto con un ejemplar del alfabeto criptográfico, el de Concha desapareció quemado, y Ruiz dice perdió el suyo en las conmociones políticas de Venezuela; pero éste, que fue el último de los nueve en rendirse ante el reclamo imperativo de la muerte, lo conservó en la memoria y logró reconstruirlo en la larga y difusa carta que, fechada el 24 de abril de 1890 en Mérida de los Andes, donde pasó las últimas décadas de su vida, dirigió al director de El Mensajero, de esta capital, don Federico Henríquez y Carvajal, quien lo dio a conocer en el discurso que leyó en el Baluarte del Conde el 27 de febrero de 1891, con motivo del traslado de los restos de Mella a la Capilla de los Inmortales de la Santa Iglesia Catedral de Santo Domingo.
El texto conservado por el trinitario Ruiz es el único que se conoce. “Si con los años, al debilitarse la memoria de Ruiz, sufrió el Juramento alguna alteración, es cosa fuera de discusión y sin importancia; lo cierto es que existió el juramento y es lo que interesa.
¿Que por ser algo extenso pudo ser deformado? También poco importa: no es menos extenso el juramento de los próceres venezolanos, (Vease Gil Fortoul, Historia Constitucional de Venezuela. Caracas, 1930, vol.I, pp. 214-215), ni esa circunstancia ha sido suficiente para que se trate de discutir su existencia.
Antes el contrario, Gil Fortoul la confirma, diciendo: “El texto, que resulta hoy demasiado largo, pero que había de serlo en aquella ocasión, amenazados como estaban los patriotas por dos reacciones, la del partido español y la del clero…”
La versión reconstruida por el trinitario Ruiz del famoso Juramento y cuyo “reconocimiento fue categórico” de parte de Félix María Delmonte, uno de los “comunicados” de la patriótica Sociedad genitora de la República , fue tenida por buena por Jose Gabriel García, Carlos Nouel, Emiliano Tejera, Fernando Arturo Meriño, Apolinar Tejera, Casimiro N. de Moya, Manuel Ubaldo Gómez, Arturo Logroño, Bernardo Pichardo, Leonidas y Alcides García Lluberes, grupo selecto de historiadores “capaz de librar a conciencia y saber un juicio sobre la materia”, quienes la aceptaron y tuvieron a bien utilizarla en sus importantes obras historiográficas.
En verdad que levanta el ánimo y “respira decisión y profundo amor cívico el juramento de los Trinitarios, ideado por Duarte y firmado con sangre, como a guisa de preámbulo escribe Emiliano Tejera cuando lo reproduce en su magna Exposición, en la cual reafirma que “todos firmaron con su sangre el juramento de morir o hacer libre la tierra de sus antepasados”.
Es ostensible que el mismo soplo que animó el Juramento Trinitario del 16 de julio de 1838, fue el que hizo brotar el artículo 6 del proyecto de Constitución de Duarte.
De la misma manera que la alocución de Santana del 16 de julio de 1844, pronunciada en el seno de la Junta Central Gubernativa en esa ominosa data, constituye el esbozo del Articulo 210 de la primera Constitución de la República.
Del sacro colegio apostólico de los trinitarios solamente perseveraron y permanecieron paradigmáticamente fieles al “terrible Juramento” hasta el término de sus días en este valle de lágrimas y amasijo de miserias, sin desmayos en su fervoroso patriotismo y sin caídas inexplicables en su dolorosa calle de amarguras, estos limpios varones gloria de su estirpe: Juan Pablo Duarte, Juan Isidro Perez y Pedro Alejandrino Pina, “tríade, señala el inolvidable historiador Alcides García Lluberes, refiriéndose a nuestra Independencia, de sus próceres más íntegros, puros y refulgentes, por lo acrisolado de sus vidas”.
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