En un sólo día, Jesús simultáneamente condenó a las autoridades religiosas por ser falsos maestros de las escrituras al mismo tiempo que confirmó que era el hijo de Dios.
El interés de los sacerdotes, fariseos, saduceos y escribas, era desacreditar a Jesús logrando que El dijera cosas supuestamente falsas para acusarlo de blasfemia.
Ese mismo día, El Maestro afirmó que su discípulo Judas Iscariote lo traicionria y que su otro discípulo, Pedro, lo negaría tres veces antes de cantar el gallo.
Ese mismo martes profetizó que el gran templo de Jerusalén sería destruido, lo que aconteció el 30 de agosto del año 70, cuando las legiones romanas comandadas por Tito lo atacaron.
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