En diversas regiones del mundo como África subsahariana, Medio Oriente y partes de Asia, millones de cristianos viven bajo presión, hostigamiento o violencia, debido a su fe.
WWWL (World Watch List) es la Lista Mundial de la Persecución 2025. Se trata de un informe anual publicado por la organización Open Doors, en el que se identifican y clasifican los 50 países donde los cristianos sufren mayor persecución por causa de su fe.
Esta es la lista donde seguir a Cristo implica un costo real.
Países con persecución severa:
Corea del Norte
Somalia
Yemen
Libia
Eritrea
Nigeria
Sudán
Irán
Pakistán
Afganistán
Otros países donde también hay persecución o alta presión, no siempre violencia extrema, pero sí discriminación, hostigamiento, restricciones religiosas y cierre de iglesias son:
India
Arabia Saudita
Myanmar
Mali
China
Maldivas
Iraq
Siria
Argelia
Burkina Faso
Marruecos
Laos
Mauritania
Bangladesh
Cuba
República Centroafricana
Níger
Nicaragua
México
Omán
Etiopía
Tunisia
República Democrática del Congo
Bután
Egipto
Mozambique
Uzbekistán
Kazajistán
Tayikistán
Turkmenistán
Pero en medio de esta realidad, también se encuentran hombres y mujeres llamados por Dios a ir, servir, acompañar y anunciar esperanza: los misioneros.
La persecución no solo toca a los creyentes locales; golpea con fuerza a quienes han respondido al llamado de llevar el evangelio más allá de sus fronteras.
Aunque su labor es profundamente espiritual, su sufrimiento es muy humano porque la persecución puede adoptar distintas formas, no siempre violencia directa.
De manera general el hostigamiento puede incluir: asesinatos, secuestros, destrucción o cierre de iglesias, encarcelamientos, torturas, amenazas, discriminación social o legal, prohibición de prácticas religiosas, presión sobre las conversiones en nuevos creyentes, exclusión social, entre otros.
Veamos cinco aspectos que definen el accionar misionero mundial:
1. Los misioneros ejercen su servicio bajo vigilancia y hostilidad
Muchos misioneros trabajan en países donde cualquier actividad religiosa distinta a la oficial es ilegal o severamente restringida.
Esto implica vigilancia constante, interrogatorios, confiscación de materiales, cierre de centros de ayuda y desplazamientos forzados.
Algunos deben adoptar perfiles bajos, evitar reuniones grandes y vivir con la incertidumbre de que su labor podría ser descubierta en cualquier momento.
2. Los misioneros llevan la carga emocional del peligro diario
El riesgo no es solo para ellos, sino para las personas que atienden: familias en necesidad, jóvenes vulnerables o pequeños grupos de creyentes.
La posibilidad de que alguien sea arrestado, golpeado o expulsado del país genera una presión emocional enorme.
Muchos misioneros laboran con miedo, no por ellos mismos, sino por el daño que otros puedan sufrir debido a su presencia.
3. Los misioneros y sus familias padecen sufrimiento silencioso
Es fácil pensar que el peligro afecta solo al misionero, pero muchas veces su familia vive la misma tensión.
Hijos que crecen bajo amenazas, esposos o esposas que no pueden compartir libremente su fe y familias que deben mudarse de repente por motivos de seguridad.
La persecución desestabiliza la vida doméstica, provoca estrés y, en algunos casos, separaciones temporales para proteger a los más vulnerables.
4. Los misioneros sienten directamente el impacto del peligro en la labor espiritual
Cuando hay persecución, los proyectos misioneros pueden perder financiación, quedar incompletos o ser destruidos.
Escuelas, clínicas, pozos de agua, refrigerios, refugios o iglesias construidas con sacrificio, pueden convertirse en blancos de ataques.
Aun así, los misioneros continúan porque reconocen que la obra no se sostiene por estructuras, sino por el poder del Espíritu Santo.
5. Los misioneros, pese a todo, experimentan el florecer del milagro de la fe en los lugares más oscuros.
Paradójicamente, en los países donde hay mayor persecución, el mensaje de Cristo avanza con mayor fuerza.
Los misioneros son testigos de conversiones genuinas, discipulados profundos y comunidades que aprenden a depender de Dios en todo.
Aunque enfrentan dolor, también contemplan milagros: vidas transformadas, protección inexplicable y una iglesia que se fortalece bajo presión.
¿Qué podemos hacer desde donde estamos?
No todos podemos viajar a estos lugares, pero sí podemos sostener a quienes van. Podemos orar por ellos, apoyar económicamente sus proyectos, visibilizar sus causas y educar a otros sobre lo que viven.
La iglesia global no puede cerrar los ojos ante los que sufren; somos un solo cuerpo, y cuando una parte es herida, todas deben responder.
La persecución no detiene el evangelio.
Dios sigue levantando misioneros valientes, iglesias resilientes y testimonios poderosos en medio de la oscuridad.
Su labor, muchas veces invisible para el mundo, es un recordatorio de que el mensaje de Jesús sigue encendiendo luz donde parece imposible.
Que esta reflexión sea un llamado a la solidaridad espiritual, al apoyo y a la oración.
Porque en cada nación donde la fe es perseguida, Cristo sigue siendo anunciado, y los misioneros siguen siendo instrumentos de esperanza.

Comentarios
Publicar un comentario
Cristo te ama y me ama. Quiere que estemos en comunicación.